Todos alguna vez hemos pasado por ello.
Un día en urgencias ... porque aunque normalmente es solo medio día el que suele pasar en urgencias, es tal la experiencia, que ya el resto del día lo tienes muerto...
Ayer, sin el mayor motivo, el médico me envió al Servicio de Urgencias, y digo sin mayor motivo, porque en realidad no era tema de URGENCIAS. Bastaba con un volante para el médico especialista.
El codo de Pablo tuvo la culpa.
A las 9.30 de la mañana me encontraba en la sala de espera de urgencias.
Una podría incluso escribir una novela allí. Hubo momentos, tengo que reconocerlo, que estuve tentada de sacar el cuadernillo que siempre llevo en el bolso y comenzar a escribir, de no ser porque me preocupaba la tos seca de uno de los usuarios, que no paraba de toser, sin ponerse la mano en la boca.
Tuve que reconocer que incluso sentí moverse el virus de la gripe A por entre nosotros tratando de proteger a mi hijo de estas toses..., llegué a la conclusión de que no debía obsesionarme con ello.
Cuando llegamos allí, había una abuela a la que a las 8.00 le habían hecho una radiografía, pero a la que todavía no había visto el médico. Un joven leía una novela y tan solo levantaba la cabeza, cuando el de la tos hacía ruido. Otro señor, sentado esperaba que le atendieran.
El funcionamiento era rutinario. Ya en la puerta habíamos explicado las razones por las que estábamos allí, pero una vez en la sala de espera, entraba una auxiliar (que ni siquiera enfermera) y nos volvía a preguntar por qué estábamos allí, lo que contribuyó a crear una cierta solidaridad entre nosotros, puesto que todos conocíamos las dolencias de todos, caídas, accidentes de tráfico, dolores sin ninguna explicación aparente... etc. Unos el codo, otros la rodilla, otros el tobillo, ....
Según avanzaban las horas, aquella sala se iba llenando...
Justo detrás de nosotros entró un funcionario de la Consejería de Sanidad, quien por teléfono preparaba una rueda de prensa para el consejero, hablando de la vacuna de la gripe A mientras el otro tosía como he dicho, sin ponerse la mano en la boca. (el funcionario tuvo que esperar poco, se lo llevaron a rayos y ya no volvió).
Al poco rato, entró un joven de un accidente de tráfico, con dolores en las cervicales, y cierto mareo.
Acto seguido una anciana de 91 años en una camilla que quedó en el pasillo, se convirtió en nuestra banda sonora: ¡Ay¡ ¡ay¡ ¡ay¡ (me recordaba a mi abuelo), luego cambiaba la canción por ¡madre mía¡ madre mía¡ madre mía¡, y luego iniciaba la tercera parte ¡ay que dolor mas grande¡ ¡ay que dolor mas grande¡ ¡ay que dolor mas grande¡, para volver al principio ¡ay¡ ¡ay¡ ¡ay¡ ... y así durante las cinco horas que permanecimos en la sala de espera del servicio de urgencias. La acompañaba una sobrina, quien a su vez tenía una hija en maternidad a punto de entrar en el quirófano para hacerle una cesárea, por lo que la abuela, por momentos se quedaba sola.
Poco después un joven lesionado de un partido de fútbol, una joven con dolor en el codo ofendida por la pregunta de la enfermera de si estaba embarazada, una niña que se había caído en el patio del colegio, una señora que no sabía por qué el cirujano la había mandado allí, un señor en silla de ruedas, con el pié muy inflamado sin causa aparente ...
En fin, tantas y tantas historias, que pasaban de ser anónimas, y horas y horas esperando... excepto el funcionario de la Consejería de Sanidad... ¡En fin¡... ¡Un día perdido¡... e incluso, salí preguntándome, porqué cuando yo salí del servicio de urgencias, todavía no habían empezado a atender al gitano que no dejaba de toser sin ponerse la mano en la boca, y que estaba allí, mucho antes que yo, y mientras abandonabamos el hospital, la abuela nos acompañó con su letanía ¡ay¡ ¡ay¡ ay¡, eran las dos de la tarde ...
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